Reflexiones en el homenaje a Joan Saura

31 agosto, 2014 § Deja un comentario

Momento del homenaje a Joan Saura en el Mercat de les Flors, el

Momento del homenaje a Joan Saura en el Mercat de les Flors, el 20 de julio de 2014 (foto Oian Arteta)

Fui el 20 de julio al homenaje a Joan Saura que se celebró en el Mercat de les Flors, dentro del Festival Grec, el longevo y emblemático evento mediante el que la ciudad rivaliza con otros destinos culturales algo menos contaminados en los que se celebran festivales de verano de postín.

En el escenario de la sala Maria Aurèlia Capmany, el histórico y como siempre acogedor espacio principal del Mercat, se produjo un concierto-espectáculo realmente espléndido. Naturalmente, unos momentos me pudieron parecer más interesantes que otros, pero en general, y más allá de la nostalgia y la energía que se desprendía del encuentro entre más de un centenar de personas que formaban parte de una generación, o por decirlo aún mejor, parte de una parte de una generación, todo lo que allí se escuchó y se vio era formidable. Gran música y también gran danza. Algo muy difícil de ver en esta ciudad. ¿Chocante? Sí, es muy sorprendente que algunos de los mejores artistas barceloneses, una generación que ha producido algo que a ojos vista consiste en algunas de las mejores músicas europeas de las últimas décadas del Siglo XX, sean a menudo desconocidos para el público, incluso para aquel público que quisiera contar con dicha información. Una generación de músicos que ha sido obviada sistemáticamente. ¿Inusitado? Bueno, es como si hubieran hecho algo malo. Solo falta que les riñan: «¡Que sea la última vez que hacéis música buena! ¡Este es un país cuyas expectativas culturales deben ser sistemáticamente revisadas! ¡No tiene sentido haber creado una escuela innovadora y esperar que alguien lo reconozca! ¡No nos andéis jodiendo con otra Escuela de Barcelona, que la del cine ya no sabemos dónde meterla!»

Sin duda, pasó hace tiempo, pero se sigue practicando en la actualidad. Claro que no se formula con esas palabras. Debe ser un método de entrenamiento en el campo de la gestión.

Así que, desde que se empezó a usar este tipo de apremios allá por los principios de los 80 hasta el 20 de julio de 2014, la sensación de aplastamiento es directamente proporcional al paso del tiempo (y van tres décadas). Joan Saura era un músico muy interesante y una gran persona, y tenía un discurso muy lúcido sobre su relación con la música y la relación de las personas con la música, un discurso que se pudo escuchar a lo largo del espectáculo, mediante proyecciones. Un discurso que también debería haber hecho suyo la ciudad para poder representarse completa.

Las declaraciones de Saura siempre eran interesantes. Quizá fue él quien lanzó el primer disparo con éstas, ya antiguas: «Después, en 1976,  yo fui a la mili y ya no se qué pasó. Cuando volví todo era diferente, todo el mundo hacía rumbas y jotas y cosas para bailar, y justificaban su involución artística por razones sociales: «es lo que el público quiere». Creo que primero retrocedieron musicalmente, viendo que podían hacer músicas que se vendían, y después buscaron la justificación. 
Tuve tal decepción que no dejé la música por casualidad». Saura no dejó la música, sino que se embarcó en proyectos emblemáticos, como Koniec, y como otros muchos miembros de esa generación, escuela o como se le quiera llamar, tuvo que alternar con la publicidad, la docencia, la pachanga… muchos tuvieron que dedicarse directamente a otros trabajos, al menos quienes los consiguieron.

Aunque han pasado muchos años, las míticas declaraciones sinceras de Joan Saura (y nada polémicas, en el fondo, pues eran una constatación) ni las vicisitudes de todo ese amplio grupo de artistas (nada políticas, en el fondo, pues son una constatación), no han dejado de ser sinceras y politicas. Por eso es tan interesante la música que hacen, no les quepa duda. No porque es intelectual sino porque hay una forma intelectual de hacer esa música que llega física y emocionalmente. Es sincera y es política.

En situaciones normales, son las propias generaciones las que acaban consigo mismas, es posible que por una cuestión de espacio que, en este caso, parece resultar más valioso que el tiempo aunque, no nos engañemos, ambos se traducen en dinero. Decir que el destino de una generación es acabar con la anterior, es sumamente ridículo. Nunca ha habido prueba de ello. Incluso a veces ha sido al revés, las generaciones anteriores han sumido a las posteriores en abismos inmerecidos.

Así que, dándole vueltas a todo esto, cuesta de entender que la institución pública solo haya colaborado en este homenaje cediendo el espacio, los medios técnicos y la difusión para un domingo a las siete de la tarde en un festival que podría haber atraído no solo al centenar y medio de personas que por proximidad generacional, familiar o profesional se acercaron, sino a un nuevo público que hubiera podido descubrir algo que desconoce, probablemente en un horario más masivo, y de paso podría haber remunerado a los artistas participantes y el esfuerzo de producción y ensayos que representó.

Generosidad disuasoria, se podría llamar.

Lo digo solo porque creo sinceramente que se trata de un patrimonio vivo que aporta a la ciudad una categoría que, desde luego, le está costando atesorar.

Las cosas que están a la vista hay que señalarlas. No dejan de existir por mirar hacia otro lado. Barcelona es mucho más interesante porque ha producido esta generación de artistas que por casi todo lo que no ha producido y se enorgullece de pagar a precio de oro.

Entre los músicos que tocaron aquel día había algunos más jóvenes. Podríamos aventurar que la transmisión generacional se ha producido. Pero hacer ciertas músicas, en esta ciudad, es un estigma. Así que probablemente hayan heredado el estigma.

¡Diablos! ¡Fue un concierto excepcional! Fue un lujo.

Diré los nombres de los músicos, pero no por compromiso, sino porque resulta imprescindible y, aunque otros no subieron al escenario, esa generación y algunas posteriores estaban plenamente representadas:

Adrià Bofarull, Agustí Martínez, Alfredo Costa Monteiro, Anna Subirana, Diego Burrián, Eduard Altaba, Ferran Fages, Imma Udina, Liba Villavecchia, Mariona Sagarra, Nuno Rebelo, Oriol Perucho, Pablo Bélez, Quicu Samsó, Rafael Zaragoza, Ramon Calduch, Ruth Barberan, Saki Guillem y Xavi Tort. Y los bailarines Andrés Corchero, Àngels Margarit, Bebeto Cidra, Constanza Brncic, María Muñoz y Toni Mira.

Como decía, de lujo. Una ciudad normal debería estar orgullosa de contar con una corriente musical como ésta. Tan variada y tan rica. Pero esta no debe ser una ciudad normal. Se nota en muchos aspectos, todos los días. También musicalmente.

Joan Saura, una lección esencial

23 octubre, 2012 § 3 comentarios

El hombre que hacía felices a los demás

El viernes pasado murió Joan Saura. Desde la tarde de ese día hasta el domingo, conforme la noticia fue corriendo de boca en boca, se iban desactivando en decenas de personas, todos aquellos que lo conocíamos, quizá más de cien en esta ciudad y tantos en tantas otras, esa atención cotidiana que presta cada uno a sus cosas y la sensación de continuidad que todo ser humano necesita para resistir,  y nos hemos ido sumiendo poco a poco en el ralentí de la tristeza. El tiempo se ha parado un poco y, como decía Roc Jiménez, ahora Barcelona es un poco más pequeña.

Para mí (¡y para tantos!) Joan Saura ha sido una persona importante en la vida. En la música, como en las relaciones, sabía estar y no estar, proponer o aceptar; miraba a los ojos y transmitía siempre la alegría de encontrarse frente a un ser humano. Siempre había optimismo y franqueza en su mirada, también amor. El suyo era un mundo interior que emanaba y transmitía, que te alcanzaba y te hacía sentir bien. Apreciaba a las personas y por eso, quizá sin esforzarse, las hacía felices.

Además de ser uno de los músicos más completos, sugerentes y sorprendentes que he conocido, ha sido un compañero de viaje esencial en algunos momentos de mi carrera artística y un compañero de viajes con quien me lo he pasado muy bien. Ahora me viene el recuerdo del 21 de septiembre de 1998, cuando fuimos a tocar con la European Improvisors Orchestra a Varsovia y ambos acabamos comiendo perca del Vístula en el hotel mientras se celebraba un baile de jubilados. El pescado era fangoso y la música del teclado electrónico sonaba totalmente extraterrestre. Nos reímos de lo lindo.

En fin, Joan disfrutaba de la la vida, de las personas, de la música y esa gran familia de la que en alguna medida me siento parte, disfrutábamos de él. Así que no es más que una enorme putada que su tiempo se haya acabado tan pronto.

Antes de que muchos hayamos podido llegar a ser así de radiantes, Joan ya no está.

Sigamos, en pos de cualesquiera de los finales que nos estén reservados previo pago mediante tarjeta de crédito de la propia vida. Pero si el final depende de qué hacemos cuando estamos vivos, la humanidad, la generosidad y la humildad de Joan Saura debería ser una guía para poder morir en paz. Como fue maestro en vida lo ha sido en su traspaso. Desde este mundo fenomenológico, no se puede entender más. Descansa, buen amigo, sigues siendo nuestra inspiración.

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